La estética del Pabellón de la Secesión de Viena
Escrito y verificado por el historiador del arte Francisco Jiménez
Si has viajado a Viena, seguramente te habrás quedado asombrado de los diferentes tipos de arquitectura y de obras de arte que hay por las calles. Pero, sin lugar a dudas, la estética del Pabellón de la Secesión de Viena es una de las grandes obras que representan a esta ciudad.
El arte modernista tiene presencia en numerosos países de Europa. Va a ser a finales del siglo XIX, y a principios del XX, cuando tenga mayor desarrollo esta corriente, sobre todo, por el amplio número de artistas que comienzan a trabajar bajo los parámetros de este arte.
En este sentido, vamos a abordar los aspectos más interesantes de la estética del Pabellón de la Secesión, el cual llega a ser un auténtico hito dentro del arte modernista europeo, y, a su vez, conoceremos cuáles son las características fundamentales para extraer, así, la concepción general de la obra.
Contexto histórico del Pabellón de la Secesión
El Pabellón de la Secesión fue realizado por Joseph María Olbrich entre 1897-1898. Se enmarcaría dentro del estilo modernista vienés, denominado históricamente como Jugendstil.
La obra se situaría dentro del estilo de la Secesión, el cual estaba constituido por una serie de artistas que deciden enfocar sus obras hacia una renovación artística que cambie el conservadurismo anterior, reinterpretando los estilos del pasado y cambiando la estética para conseguir embellecerla.
En realidad, el estilo industrial había provocado una funcionalidad estructural que había afectado directamente al arte, a la arquitectura y al interiorismo. Los artistas de la Secesión tratarán de cambiar esta dinámica para potenciar la decoración externa y realizar diseños mucho más interesantes.
Gracias al grupo de la Secesión, la decoración vuelve a ganar terreno a la funcionalidad.
Una forma un tanto peculiar
Lo primero que percibimos al ver esta construcción es el formato, el cual es completamente original, algo fuera de lo común, cargado de originalidad por la estructura, como por los elementos que posee en el exterior.
- Los pilares sobre los que se sostiene esta obra se introducen de manera subterránea, incluso a varios metros de profundidad.
- No tiene excesiva altura y transmite más bien sensación de estabilidad, básicamente por ser un gran rectángulo de mayor anchura que altura.
- Justo encima de la entrada se alza una bola dorada que está compuesta por hojas, la cuales van trepando por la fachada hasta llegar a esta altura. Se produce, así, un efecto de engrandecimiento estético, además de reflejar elegancia y glamour.
- No tiene ventanas, y transmite un formato completamente opaco, muy robusto y consistente, parecido a un sepulcro o un templo. Pero, en realidad, es un espacio dedicado a exposiciones de arte, es decir, un lugar creado para la producción artística.
Los vieneses denominaron a esa bola de hojas como “el repollo dorado”.
¿Qué encontramos en el interior?
En el interior se puede encontrar un espacio dedicado a exposiciones. Sin embargo, puede que el continente llegue a comerse al contenido, es decir, el propio edificio es una obra de arte en sí. Por lo tanto, pueden quedar relegadas las obras que se expongan en el interior.
- Hay que destacar que, a nivel estético, los recursos decorativos internos son realmente llamativos, pudiendo atraer más la propia construcción que la exposición que se establezca dentro. Por tanto, se pierde funcionalidad.
- Por otro lado, hay que hacer mención especial al Friso de Beethoven, una obra realizada por Gustav Klimt, artista que va a dejar su huella en el edificio realizando un tipo de pintura típicamente modernista, donde las formas extravagantes y los contenidos son un tanto peculiares.
- En realidad, lo que prima fundamentalmente es el color blanco. Tanto por dentro como por fuera se produce ese contraste entre el blanco, el dorado y las líneas negras. No se necesitan demasiados colores para poder decorar el conjunto.
El simbolismo como punto de referencia
Tanto la figuración como los propios colores que se emplean poseen connotación simbólica que predomina en la fachada y en el interior. El modernismo tiene presencia de forma directa en todos los rincones de esta obra, apreciable, especialmente, en las pinturas.
La sinuosidad, el movimiento, el dinamismo y la agitación son los principios estéticos que imperan en las pinturas. No obstante, es la estructura del edificio la que posee este conjunto de símbolos, siendo un bloque estable y confortable.
Pile, John: A history of interior design, Londres, Laurence King Publishing, 2005.